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prominentemente a enfermedades físicas propiciadas por el consumo, tales como cirrosis, ahogamiento, problemas gastrointestinales y alcoholismo como enfermedad. Por otro lado, también se asocia en ellos a conductas que llevan a cometer homicidios, violencia y maltrato a su esposa o compañera e hijos. En cambio, en la mujer (observada casi siempre como compañera del bebedor) las repercusiones del consumo de alcohol de su pareja, propician una somatización del problema, representada a través de problemas como colitis, cefaleas, enfermedades mentales, dismenorrea (menstruación dolorosa o irregularidad menstrual), hipertensión o estrés (Osorio 1992, 21-43). La misma autora menciona que cuando el consumo de alcohol del compañero se convierte en problemático, se representa en todos los ámbitos familiares; y como consecuencia esta situación enferma a las mujeres de manera colateral. Es decir que en ellas las consecuencias vienen dadas por la dificultad de lidiar con un adicto al alcohol aunado al desempeño de su rol social. Para la ya citada Osorio (1992) la alcoholización femenina se configura como una consecuencia de la alcoholización masculina, misma que se manifiesta como una “protesta” ejercida cuando el hombre se encuentra ausente. Asimismo, atañe que la alcoholización en ellas se relaciona con estados depresivos diversos, tales como decepciones amorosas, muerte de familiares o conflictos. Sin embargo, advierte que los hijos son los más afectados puesto que incluso el cónyuge que no bebe con frecuencia (en este caso la madre) canaliza 37 sus frustraciones acerca de la ingesta de su compañero a través de maltrato a los hijos . 37 Se atañe que los niños se enferman de “susto” debido al trato que le dan sus padres se asegura que en algunos casos la alcoholización de los padres aparece como causa indirecta de mortalidad infantil, puesto que 54
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