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que comúnmente no asociaban el consumo de alcohol con los estragos que sufrían en su salud; dicha situación les generó la necesidad de ayuda médica. Aun y cuando se ha concebido la idea de que el tomar alcohol afecta más a los hombres puesto que la mayor incidencia de consumo prevalece en ellos, aquí algunos de sus relatos: “[…] yo la gastritis; físicamente me afectó mucho la gastritis porque ya a lo último tomaba mucho vino tinto, no olvídate cada rato estaba mal de ese tipo, de que me dieran congestiones alcohólicas, de terminar en el baño tirada, así de mal que me sentía. Nunca me llegaron a internar pero estuve a punto, así de (…) de (…) porque yo no podía decir “llévenme a un hospital” sentir que literalmente que me iba a morir que tanto alcohol que tenía mi cuerpo” (Flaca, 45 años). “No me internaron, pero tenía muy serios problemas ya, se me olvidaban las cosas, lagunas mentales, a veces tenía delirios auditivos, oía voces y este (…) pues quizá no llegué a un delirio tremens que es cuando ya se necesita la persona internar, pero estuve a punto de tenerlo” (Violeta, 75 años). A pesar de esto, ninguna mujer relata padecimientos de salud física como una motivación primordial en la búsqueda de atención. Por el contrario, no percibieron los malestares psicológicos o emocionales como factores que incidían directamente sobre la salud mental. De cierta manera, las mujeres aprendieron a explicarse en términos tales como “neurótica, enojona, mentirosa, obsesiva, depresiva” adjetivándose como mujeres que tenían problemas de comportamiento con sus familiares, allegados y sobre todo con sus hijos incluso antes de comenzar a beber. Llama la atención la prevalencia de opiniones que concuerdan en que ellas ya eran así desde que nacieron y que el consumo de alcohol ayudó a “empeorar” esos 117
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