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que me los quitaran, por eso es que quería dejar de consumir para que no me quitaran a mis hijos”. (Reina, 51 años). Reina ha pasado por muchos sobresaltos desde aquel día. Su hija menor nació enferma porque se estaba pasando el tiempo de nacer, además le habían diagnosticado SIDA y Reina pensó que podía ser cierto, puesto que el esposo consumidor se inyectaba cocaína en la vena. Todo resultó en una falsa alarma. Dos de sus hijos han atravesado por periodos de consumo y esta vez le toca a ella tratar de comprenderlos y encausarlos; su hijo se recuperó y ahora está por terminar una segunda carrera, por ser un ingeniero hecho por ella y su gran esfuerzo. A cerca de su hija Reina sabe poco porque “no le perdió pisada a su mamá” dice ella; es consumidora y además tiene un hijo; nieto al que Reina casi no ve porque su hija se lo dio a su papá (del niño). Su hija más pequeña es una muchacha que trabaja para ayudarle a pagar los estudios del hermano, esperando pronto ser ella la que estudie y su hermano el que le ayude. Asimismo también vive el descalabre de su matrimonio, el esposo consumidor entra al grupo de AA también, se recupera por un tiempo y conoce a otra mujer y sobreviene el divorcio. A partir de este momento es cuando comienza a vivir una vida diferente, acude a sus juntas diariamente a lo que ella llama “su asiento sagrado para confirmar la aceptación de lo que soy y tener un día estable”. Reina piensa que la adicción no se puede prevenir, asegura que ellos son personas que están listos para fugarse de la realidad, que son diferentes porque guardan una cierta “locura”, que un gen o algo se desvió un poco, que padecen el síntoma de la soledad interna, un hueco que quieren llenar con alcohol, con drogas, con hombres, con mujeres, con dinero, con placeres, pasiones; pero que nada de eso lo llena porque el vacío es espiritual, asegura que ese vacío es del tamaño de Dios y solo con él se puede llenar. Reina lleva 24 años “limpia” y contando; 90