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Pudiera parecer amarillista incluir estos fragmentos de las notas si no fuera porque forman parte de la vida cotidiana, así como también es real que sólo ante consecuencias de esta magnitud se empiezan a cuestionar los niveles de violencia imperantes en la sociedad y sus consecuencias; y más que nada entre los jóvenes. Pero ¿qué tienen en común todas estas notas además de aludir a un nivel de violencia escandaloso? Que evidencian una tendencia por parte de adultos y menores a minimizar los efectos negativos en salud que las distintas manifestaciones de violencia entre pares (empezando por las “menos graves”) significan. Estos eventos no hablan de violencia esporádica, sino de una secuencia de acosos de distintos tipos que venían sucediendo desde tiempo atrás, mismos que en su momento pudieron haberse controlado, pero que ante la normalización del uso de la violencia entre los adolescentes, no fueron atendidos. Según datos de la OCDE en el 2013 México fue el país que reportó mayor número de casos de bullying a nivel secundaria de entre sus miembros (Educación en movimiento 2013). En Sonora, para el año 2013, más de 160,000 adolescentes se encontraban inscritos en las 720 secundarias del estado (INEGI 2013). Y en los últimos años este estado ha figurado repetidamente en los titulares noticiosos a nivel nacional por la gravedad de los actos de bullying y violencia entre jóvenes y de sus consecuencias. Una investigación conducida en la capital del estado reflejó que en una muestra de 236 estudiantes pertenecientes a 8 secundarias alrededor de un 15% manifestó haber sufrido algún tipo de violencia por parte de sus compañeros (Vázquez 2010,48). Sin embargo la Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Sonora y la Comisión de Derechos Humanos hablan de 7 de cada 10 estudiantes víctimas de bullying (SESP 2011, 8). Los datos son contradictorios, reportan proporciones muy distintas de jóvenes afectados por el fenómeno de la violencia entre pares, pero lo 14