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con que las subjetividades se construyen a raíz del modo de producción, señala que a la par de tener en cuenta los determinantes relacionados con la condición social y el rol familiar de la mujer, también deben de considerarse los factores que están relacionados con el valor de sus creencias, sus expectativas y las respuestas a las situaciones que ocurren en el contexto en el que se desarrollan. Otras autoras refieren que para la mujer el soportar la presión de su propia construcción social le acarrea consecuencias graves a la salud. Al respecto Briggs y Pepperell (2009) afirman que el poder de los estereotipos y constructos sociales, que están implicados al rol social de la mujer, hacen que un problema de dependencia se presente como un comportamiento o una actitud en respuesta a su rol histórico de subordinación. De tal manera, no es fortuito que en la sociedad se tienda a juzgar de manera más dura los comportamientos adictivos en las mujeres que en el caso de los hombres, puesto que se les concibe como las cuidadoras fervientes del hogar y de sus miembros; además de ser particularmente las más responsables de todo lo que ocurra dentro. Dicha concepción queda planteada en palabras de Marcela Lagarde (1993; citado en Sánchez 2006, 44) “las mujeres adictas contravienen su esencia, y con ello la de los otros (los que están a su cargo) […] ¿Cómo es posible que quienes están para reproducir, reponer, cuidar, vigilar la vida de los otros de manera cotidiana, para toda la vida y en cada momento, se descuide?” En consonancia con la idea anterior, Gabriela Sánchez (2006) manifiesta que en realidad se pone atención al problema de “las mujeres adictas” y no a los problemas que tienen las mujeres como consecuencia del consumo de sustancias. De este modo, la sociedad responsabiliza a la publicidad, la modernidad o incluso a los cambios producto de la 65
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