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y del cuidado de los hijos, no siempre se comparten; y tercero, la insuficiente asistencia y seguridad social a la que tienen acceso repercute en la condición de vida de las madres jefas de familia pues sus circunstancias materiales y niveles de satisfacción se ven afectados. Las transformaciones en las dinámicas familiares, como la mayor participación económica de las mujeres, el aumento de los divorcios, uniones libres, viudez, separaciones, el decremento de los matrimonios, la reducción del número de hijos y el número de integrantes de los hogares, el incremento de la jefatura femenina, que las mujeres asuman la jefatura femenina en edades más tempranas, etc., requieren un análisis profundo y sostenido que permita hacer diagnósticos de la situación de los hogares liderados por madres solas, así como la evaluación de los programas implementados, con la finalidad de acceder la equidad de género y dar cuenta de los cambios que se presentan al interior de las familias mexicanas para poder diseñar programas integrales que tomen en cuenta la diversidad familiar (Arriagada 2006; Enríquez 2010). Los programas con perspectiva de género, en palabras de López (2006), más allá de los beneficios básicos que puedan proporcionar a las familias –tal es el caso del programa Oportunidades-, cuentan con un gran potencial para ayudar a incrementar las capacidades de las mujeres, aunque muestran dificultades a la hora de la ejecución y operación de los mismos, ya que carecen de planeación participativa, existe una asignación desigual de recursos y fomentan la cultura familiar orientada a valores y roles tradicionales de género. El ámbito federal se advierte más alentador, pues al menos se está haciendo un esfuerzo por incluir el enfoque de género en el diseño e implementación de algunos programas. La inclusión en la agenda pública de los tres niveles de gobierno y el trabajo en 70