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como agresores, víctimas, observadores y víctimas-agresores aunque ellos usan otras palabras y más bien se describen a sí mismos como “que les gusta jugar con los demás a molestarlos” (agresores) o “que siempre los molestan” (víctimas). Sin embargo, dado que es la terminología usada comúnmente en la literatura del tema, aquí se utiliza para referir a quienes externaron usar la violencia física, verbal o sexual en contra de sus compañeros y a quienes la padecen o la observan. En las entrevistas se encontró una coincidencia entre lo que ellos decían sobre su forma de relacionarse con los compañeros y lo que mostraban sus expedientes de conducta sólo en el caso de los agresores pues los que decían que “molestaban” a sus compañeros tenían reportes de pleitos con compañeros y los que eran molestados no tenían ningún tipo de reporte, indicando que su situación permanece invisible ante los ojos de las autoridades. Una de las razones es porque, como afirma Cassidy (2009, 72) generalmente las víctimas de bullying no comparten con las autoridades o inclusive con sus padres su situación y otra es porque la escuela carece de un procedimiento que indique registrar los casos de las víctimas en los expedientes de conducta. La trabajadora social plantea la falta de recursos (principalmente humanos) como la razón por la que pasan desapercibidas las víctimas. Al no ser de los que ocasionan problemas, la atención de las autoridades no les llega ni para lo positivo ni para lo negativo a menos de que se esté hablando de un episodio de violencia muy aparatoso que requiera otro tipo de atención como tratamiento médico: “Nos enfocamos en lo negativo porque es la prioridad, es que es mucho, mucho, mucho. […] Por ejemplo, los alumnos… Vienen papás y dicen: no pues soy mamá de tal, pero si es bueno no lo conocemos […] o sea lo que pasa aquí en la escuela [refiriéndose a lo malo] no nos permite prestarle atención a lo bueno […]”. 176