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sistemas de riego y carreteras durante el gobierno de Abelardo L. Rodríguez (que no pertenecía al grupo Sonora). Todas ellas bajo la dirección de gobiernos estales y federales, que compartían o no la visión económica de la región, pero que sí apoyaron con recursos de todo tipo a la clase empresarial que obtuvo así facilidades para su consolidación. Es interesante destacar el argumento de Hernández y Vázquez (2000) respecto a que estos apoyos se orientaban a que los “sonorenses se dediquen hacer negocios y se olviden de la política” y también a los estrechos lazos que supo tejer Rodríguez con los gobiernos federales siguientes, que le permitieron negociar apoyos económicos para la entidad a cambio de apoyos políticos, muy de acuerdo al corporativismo vigente. Al respecto dice Vázquez “A partir de entonces empezó a caminar, pero jamás con sus propios medios. El sostén y el apoyo del Estado son determinantes en su desenvolvimiento histórico” (1988). Paralelamente, la inversión extranjera, particularmente estadounidense, tuvo una fuerte 50 influencia en la región. Ramírez (1987) identifica tres etapas de ésta con características cualitativamente diferentes. En la primera se requerían la instalación de plantas para el acomodo de la fábrica, la cual se transformó abruptamente, ya sea por la crisis de 1929, durante la aplicación del modelo de sustitución de importaciones, para dar paso a la etapa en la cual la inversión se reduce a invertir en proyectos agropecuarios o filiales de estas 50 conviene distinguir tres grandes momentos de la permanencia norteamericana en la economía de Sonora. Un primero que va de 1890 a 1930, en el cual sus ciudadanos actúan como propietarios directos del proceso productivo en las actividades claves de la economía. Otro más (1930-1950) en el que su participación se ve reducida a invertir en las filiales de sus empresas transnacionales o financiar proyectos de inversión agropecuarios. Y un último (1965-1980) que se agrega al segundo, en el que sus grandes corporaciones transnacionales expanden sus funciones a través de la subcontratación de fuerza de trabajo estatal para llevar a cabo servicios de maquila. Tanto en este como en el primer momento los norteamericanos se mantuvieron (y se han mantenido) al margen de cualquier actividad ligada con los intereses del empresariado nativo (Ramírez 1987). 123
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