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El habitar por tanto es enlace de lo que el hombre es en su esencia, un sujeto que piensa, actúa, sueña, habla y se mueve en el espacio objetivo como subjetivo de su acción cotidiana. Al respecto, “en un sentido práctico, puedo comportarme humanamente hacia un objeto solo en tanto el objeto se comporta de manera humana hacia mí. El objeto es significativo en la medida en que es rico en historia y en asociaciones imaginarias y reales” (Vásquez 2005, 1). Las relaciones empíricas entre habitar y habitus que se explican en la figura 1 como la estructura familiar, la vivienda (desde su selección, intervención en ella y el conjunto de interacciones que se presentan en la misma), percepciones urbanas (del medio urbano que se vivió antes de llegar a una urbanización cerrada y el actual ya viviendo en el fraccionamiento), identificación de sitios negativos en la ciudad, y relaciones personales, son el conjunto de elementos que ayudan a entender los procesos de socialización que se presentan en los asentamientos urbanos, por medio del habitar, el habitus y la construcción de un espacio social que los individuos realizan en el fraccionamiento cerrado que hayan elegido. Estas mismas relaciones que se han expresado de manera directa en las figuras 2 a 5 permiten entender que el hombre es un ser social que convierte su espacio en un medio donde a través de su habitar forja nuevas concepciones del mundo que lo rodea. Sus trayectorias y vivencias son factores para descubrir esas nuevas forma de interpretar la realidad social. Durante su integración a nuevos asentamientos humanos, el individuo construye un habitar particular y específico el cual se integra a través del tiempo, se conforman ciertas percepciones y con ello se forman imágenes Durante este proceso de construcción se crean fuerzas para formar comunidad en el lugar donde vive. El habitus como generador de prácticas nos enseña estas habilidades que el hombre asume en su diario vivir. De acuerdo con Bourdieu (2000, 123) “se puede ocupar un hábitat sin habitarlo, si no se dispone de los medios totalmente exigidos, comenzando por un cierto habitus. Si el hábitat contribuye a formar el habitus, éste hace lo mismo con aquél, a través de los usos sociales, más o menos adecuados, que induce a darle”. El sentido del lugar resulta de los vínculos que un sujeto (el hombre receptor sensorial) mantienen con un espacio. El análisis del sistema proxémico pone de relieve la estructura de nuestras actitudes, se aprende así, a leer los efectos de la experiencia espacial sobre las reacciones de individuos o grupos. Una comunidad no se crea solamente como consecuencia de la proximidad psicológica; se precisa una cooperación e intercambios, así como una mutua dependencia. “El lugar toma su verdadero significado cuando adopta su posición frente al espacio, en el momento que se integran las manifestaciones entre los objetos y los fenómenos que les rodea” (Quiroga 2006, 7) 39