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La supremacía de lo masculino no sólo se refleja en los comportamientos hacia o de los varones, sino también en los de las mujeres. A las mujeres se les permite adoptar algunas formas de los “valores masculinos” pues se consideran positivos, en cambio el que los hombres adopten “valores femeninos” en la mayoría de los casos los coloca en desventaja. Las formas asociadas a lo masculino como la competencia y la agresividad (entre otras), que se relacionan directamente con la conquista de los “espacios masculinos”, han sido incorporadas por las mujeres en aras lograr su inclusión (Díaz-Aguado y Martín 2011, 253). Por lo que en la cotidianeidad se encuentra que en ciertos espacios se ha permitido a las mujeres conducirse de forma “masculinizada” aunque la línea entre la permisividad y la recriminación es muy tenue. En la escuela por ejemplo, la competencia, la agresividad, el no dejarse, la dureza, la frialdad como medios para conseguir el éxito escolar es bien vista (Ibid.), sin embargo la agresividad y el uso de la violencia física con sus pares hombres o mujeres es constantemente recriminada. No forma parte de la “normalidad femenina” pues se consideran estilos masculinos. “Las prácticas de violencia física son parte de la construcción de la masculinidad y de la jerarquía entre los chicos adolescentes”. (Mejia- Hernández y Weiss 2011, 551) Todavía el uso de la violencia verbal, se asocia más a la feminidad (Ibid 552), pues culturalmente se supone que ellas no son físicamente fuertes ni capaces para emprender una pelea a golpes. Sin embargo es importante señalar que en algunos casos se han integrado formas masculinas en las interacciones físicas y verbales que las mujeres establecen con sus pares como la confrontación, la competencia, el uso de la fuerza física y el dominio (Ibid. 567). 68