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mayor independencia, agresividad y competencia los conduce a asumir conductas violentas y temerarias en distintos aspectos de su vida y en sus interacciones con los demás que los ponen en riesgo -como su relación con los vehículos motorizados, las adicciones, la violencia, la sexualidad- (De Keijzer 1997, 202). El poseer los atributos masculinos los arma de instrumentos sociales que les permiten negociar su posición y poder, y el manejarlos de forma precisa y exitosa les ayuda a garantizar su estatus social (Vázquez y Castro 2009, 702). Sin embargo, este juego de poder entre varones y su relación con el uso de la violencia trae como consecuencia inmediata una mayor exposición a lesiones y a la muerte. Las expresiones de poder y la violencia que utilizan los varones para establecer relaciones de dominación entre ellos, los ponen en peligro a ellos y a los de su sexo, pero también a las mujeres que les rodean. Ya que aunado a las formas de violencia previamente mencionadas, coexisten diversos grados de homofobia y misoginia que también conducen a ella. Un hombre que asume prácticas culturalmente asociadas a lo femenino se encuentra en constante riesgo de ser víctima de reacciones muy negativas por parte tanto de hombres como de las mismas mujeres (las mujeres interiorizan el sexismo de la MH) y en especial quienes se reconocen como gays, al suponerse como transgresores del orden genérico que establece la heterosexualidad como mandato social (List 2007 y Cruz 2002 citados por Vázquez y Castro 2009, 711-712). Así mismo, la violencia contra mujeres y niños (manifiesta como violencia doméstica, abuso sexual, etc.) es un reflejo de los modos de sociabilización aprendidos basados en la cosificación de la mujer y en la reafirmación de la masculinidad mediante el ejercicio del poder y la dominación (De Keijzer 1997, 206), y produce serios y preocupantes daños a dichos grupos. 67