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las relaciones vigentes y/o en determinadas circunstancias coyunturales tiene el poder de modificarlas. En esta conceptualización de Giddens que retomamos, la estructura no es vista como una totalidad que condiciona el actuar del agente, sino como parte de una dualidad que es indisoluble a los agentes, que a final de cuentas, son los únicos que tienen la capacidad de moldearla, algunas veces de manera no intencional, pero sí de forma continuada, como “seres humanos que operan bajo la amenaza y la promesa de la circunstancia de ser ellos las únicas criaturas que hacen su ‘historia’ a sabiendas” (Giddens 2006, 63). Asumimos que para el agente la estructura no es solamente externa, también es “interna”, que reproduce mediante sus prácticas cotidianas. El empresario “constreñido” en la estructura, en algunos casos la padece, en otros se beneficia, pero su influencia siempre está. Su interiorización se refleja en sus prácticas empresariales. Como actor, tiene determinado margen de acción para cambiar este entorno, transformando las prácticas cotidianas e instituir otras nuevas. Sin embargo, no podemos analizarlo como una unidad, sin reconocer la estructura en el que está inscrito en un determinado momento, es decir los márgenes contextuales. Es necesario comprender la dualidad de la estructura (la posibilidad de ser influidos e influir en ella), para ello hay que empezar a “tejer hacia afuera” (Giddens 2006, 63), de tal forma que identifiquemos esas prácticas que se ejercen en un determinado contexto (tiempo y lugar) y ver cómo logran insertarse como prácticas institucionalizadas. Es así que es válido preguntarse ¿el actuar de los empresarios, reviste determinadas características de acuerdo a su ubicación? Es decir, ¿podemos identificar acciones empresariales características de un estado o una región? ¿Podemos identificar prácticas empresariales que cambiaron en un determinado momento, por ejemplo con la entrada de la 55