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Mecanismos de socialización permiten identificar en cada zona urbana donde se instalan los fraccionamientos cerrados, la integración o indiferencia en algunos casos de los residentes por compartir un sentido de comunidad total en estos microespacios. Resulta interesante el artículo del mismo Charmes en el sentido de declarar que son dos factores también lo que impulsan a los residentes a optar por vivir en los fraccionamientos cerrados. Eso responde a dos principales conflictos que se operan en los espacios abiertos de la ciudad y que constituyen riesgos para su familia. Primero, agrega que el uso de automóviles en calles donde ni siquiera se permite lograr un estacionamiento seguro y corren el riesgo del robo o el daño al mismo, y por tanto vivir en las comunidades cerradas les permite asumir mejor seguridad en el control de los estacionamientos y segundo, son los adolescentes, por su libertad de correr, jugar en espacios abiertos que les resulten incómodos y peligrosos, a uno que les ofrezca, el parque o espacios controlados para el tráfico resulta más beneficiosos en cuanto a los motivos que los conducen a seleccionar un fraccionamiento cerrado. La orientación urbana que despierta esta nueva forma de ocupar el espacio citadino en Estados Unidos y Europa, como se ha descrito anteriormente, nos conduce a ver cómo se presenta la construcción del habitar y del espacio social de manera significativa a realidades urbanas que se ven expuestas a los factores demográficos, económicos, políticos, culturales por desarrollar una distinta forma de vida en este tipo de espacios, y además contribuyen a crear medios sociales específicos, lo que algunos especialistas llaman la diferenciación social, entendida ésta como el proceso de división por sectores económicos y clases sociales en determinada zonas urbanas. Sentido que se explica de la siguiente forma: “ Los residentes de vecindades de clases media y alta preparados como una clase por cercas construidas, recortando las relaciones con vecinos, y moviéndose fuera en responsabilidad para los problemas y conflictos “ (Low 2003, 18). O bien en acuerdo con Isabel Rodríguez (2006, 3). “La organización territorial traduce estas nuevas relaciones a través de la fragmentación espacial en una dualidad entre espacio público-operativo y espacio privado. Por una parte la aparición de espacios privados y cerrados, donde se cualifica el ‘espacio público’ (de propiedad privada comunitaria), se desarrolla al tiempo que el espacio público colectivo (y el resto de servicios e infraestructuras urbanas de la ciudad) que mantiene unas fuertes deficiencias de conservación o es inexistente” En ambos textos, tanto Low como Rodríguez, exponen uno de los dilemas principales de las urbanizaciones cerradas: la clase social que se construye bajo reglas específicas, muros, bardas y otros accesos de restricción y el diseño en espacio públicos de nuevas formas de habitar la ciudad. Ambas autoras complementan nuestra idea personal en el sentido de esta doble relación que se gesta y desarrolla de manera planeada en algunos sectores urbanos y su intersección con el apropiarse del territorio donde se expresan los actos particulares de cada individuo y grupo (habitus). 52
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