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Un rasgo más de análisis de los procesos que se generan en el estudio de las urbanizaciones cerradas lo explican Méndez y Alvarado (2004,1) como: “los vecindarios defensivos o ‘gated communities’ son dispositivos de seguridad que suponen la vida en comunidad como uno de los mecanismos necesarios al funcionamiento adecuado. No es extraño encontrar que la motivación principal de los avecindados en estos conjuntos habitacionales sea la seguridad, es más, suelen dar por el hecho que son más seguros que los abiertos. Este logro, cada vez más buscado, ha justificado el obvio cerramiento de calles mediante verjas, accidentes topográficos o muros provocando la discontinuidad funcional del tejido urbano, y por efecto, privatizando calles y plazas para el uso exclusivo de los residentes intramuros”. Discursos que se ajustan a la formación entonces de un habitar particular, con orientación a formar grupos sociales homogéneos que buscan protección, seguridad o bien como en el caso de las regiones citadas en Europa, y en particular en Francia, y otros lugares del mundo, a revivir el privilegio de ‘yo soy más que tu’, o tener el derecho de gozar de un espacio acorde a mi posición económica. El ocio, recreación, miedo, son otros elementos que vale la pena seguir en la entramada de las urbanizaciones cerradas como separadores de individuos y grupos que, a su vez, sus propias trayectorias y experiencias urbanas les marcan ciertas formas de visualizar o entender sus vivencias. En Estados Unidos y Europa, los elementos que se analizan alrededor de las urbanizaciones cerradas marcan pautas para ir conociendo en nuestros ejes de análisis que son el habitar y la formación del espacio social las formas de relación con el espacio físico que se gesta en cada ciudad, sus propios mecanismos de normativizar y ordenar la vida cotidiana que se gesta al interior de ellos. Patrick Le Louarn (2002, 530) explica: “La garantía de seguridad y prestación personalizada de servicios ofrecida por las urbanizaciones privadas atraerá, a partir de entonces, a la clase media. Sin embargo, se conoce la fórmula desde el siglo XIX en Francia, Inglaterra o en los Estados Unidos para las clases acomodadas. Allí aparecieron urbanizaciones privadas que ofrecían todos los servicios en el seno de una forma de co- propiedad que aportaba principalmente a sus miembros una garantía de homogeneidad social”. Testimonio que ilustra el proceso que se manifiesta en este tipo de asentamientos humanos con tendencias a crear en las ciudades donde se instalan, diferenciación entre los grupos sociales que en ellas habitan y además, se dirigen a crear zonas polarizadas entre uno y otro grupo. En este sentido “el movimiento de privatización de la ciudad es una forma de rechazo de las políticas públicas urbanísticas que pretenden la ruptura del aislamiento de los barrios más pobres y la generalización del mestizaje social de los espacios públicos y servicios urbanos” (Le Louarn 2002, 530). 53