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Las dinámicas se dejan expresar en la formación reciente en el tiempo en Argentina, Chile donde la composición social se viene instalando como producto de los sucesos que han impactado los medios naturales y construido uno social con características de microespacios cerrados. Éstos son los que van a constituir, como se ha venido señalando, mundos particulares de acuerdo a la situación que viven en cada uno de ellos. Otros elementos que se agregan a la explicación del surgimiento espacial urbano en Latinoamérica de las urbanizaciones cerradas es su tendencia a crear o no situaciones propias de vida comunitaria o de barrio, o bien dándoles un toque de especialización propia para cada país. La verdad es que en cierta medida se generan espacios sociales donde las interacciones se marcan por las actitudes propias de cada persona y grupo. Las maneras que adoptan para ponerse de acuerdo en asuntes comunes depende de su decisión de participar en la vida cotidiana del fraccionamiento o el deseo de pertenecer realmente a esta realidad que se asume al interior de los fraccionamientos cerrados. De hecho Sonia Roitman (2003, 2) determina que: “los barrios cerrados no están dirigidos hacia un grupo socioeconómico homogéneo. Sin embargo, en el caso de los países latinoamericanos, generalmente sus residentes pertenecen a los sectores sociales medio-alto y alto y, finalmente, se trata de ambientes bastante homogéneos”. Jacques Chevalier y Cristina Carballo (2005: 39) complementan lo señalado por Roitman: “El espacio cerrado residencial puede basarse en el deseo de poder vivir entre personas de una misma calidad, que disponen de los mismos derechos, sometidas a las mismas obligaciones y que comparten gustos comunes”. Se está hablando de procesos que forman estos mundos privados donde su habitar está determinado por las situaciones vivenciales, individuales y de grupo que se pueden asumir y que conducen a conocer los roles que asumen los mismos residentes ante asuntos comunes que pueden ser de su agrado o no. Dos elementos señalados por Hidalgo y otros (2003 6-7) en la formación de espacios sociales específicos en las urbanizaciones cerradas: “el aislamiento producto de cambios profundos experimentados por la ciudadanía en cuanto a seguridad se refiere, y segundo la construcción de una identidad social nueva por parte de los grupos sociales emergentes”. O bien como lo resaltan Chevalier y Carballo (2005, 4) “el espacio cerrado consiste por lo tanto en crear un universo íntimo, a través de una doble familiaridad: con los lugares y con aquellas personas que podemos tener oportunidad de tratar y frecuentar por propia elección. La intimidad construida dentro del hábitat y su entorno más próximo (la esfera doméstica privada), se incorpora de hecho, en un espacio contiguo y común pero de acceso reservado y controlado, otra intimidad concebida en general alrededor de estos sitios que tanto los promotores inmobiliarios como los ocupantes del espacios esperan que cumplan el rol de club social”. 60
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