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En segundo término, las movilidades que se generan al interior y exterior de las localidades fronterizas en el sentido de los espacios físicos donde se asientan que van desde las orografías más accidentadas hasta aquellas ciudades que son intersectadas por afluentes de ríos naturales que les imponen otras condiciones, y cuyos espacios físicos son los condicionantes de ciertos estilos de vida en cada una de ellas. Los procesos demográficos, en especial el crecimiento natural y el social, –vía migración- son parte fundamental en el tejido urbano que se edifica. Los procesos económicos, políticos, culturales, ideológicos que se mezclan en el tiempo y espacio configuran zonas de intenso movimiento social. Factores dinámicos como “los flujos vertiginosos de los migrantes y su confrontación con delincuentes y policías, el vaivén binacional y sus roces con agentes aduanales, los conflictos con los propietarios del suelo y los servicios, la captación de drogas y los enlaces con las redes del narcotráfico, son relaciones sociales que establecen espacos frágiles, signos volátiles, identificaciones simbólicas polivalentes, morfologías fugaces. Los escenarios se basan en claves comunicativas locales, aunque basados en códigos sustraídos de los lugares de origen” (Méndez: 2003, 1). Lo anterior son hechos que inducen a modificar sustancialmente los patrones en el habitar cotidiano de sus residentes a nivel individual, pero también a crear nuevas configuraciones en los asentamientos humanos que surgen al interior de las ciudades limítrofes con Estados Unidos. Méndez, Rodríguez y López (2005, 1) sostienen que en el caso de las ciudades fronterizas mexicanas: “el crecimiento de la mancha urbana tiende a configurar franjas concéntricas en forma de herradura, o círculo incompleto en la línea., y manifiesta, entre otros datos, la expulsión continua de asentamientos populares hacia las innovadas periferias topográficas o geográficas”. El tiempo y el espacio en el que se han desarrollado cada una de las distintas ciudades fronterizas del norte de México asimilan sus procesos de formación y consolidación en sus propios espacios físicos y sociales. El habitar de cada individuo y grupo se manifiesta en diversas modalidades ya sea en su ubicación en el asentamiento donde radica o por sus desplazamientos por la ciudad en la que le toca vivir. Méndez, (2003, 2) explica: “Los lugareños y las imágenes captadas revelan mecanismos de resistencia ante expresiones de un modo de vida que contradictoriamente se pretende lograr. Se percibe ajeno y es rechazado como valor de identidad. Más aún, los grupos sociales de ambos lados no son portadores y reproductores de culturas del todo distintas, dado sus orígenes sociales y geográficos similares, todos preñados de expectativas de cambio, de mejora, de progreso”. Así las localidades fronterizas permean distintas percepciones de sus habitantes y en ellas se manifiestan procesos socio-urbanísticos que interesa rescatar en la integración de las comunidades cerradas. 74