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poblaciones podemos encontrar más elementos diferentes que comunes e incluso muchos intereses contradictorios. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, Participación Comunitaria “es el proceso en virtud del cual los individuos y las familias asumen responsabilidades en cuanto a su salud y bienestar propios y las de la colectividad, y mejoran la capacidad de contribuir a su propio desarrollo económico y al comunitario. Llegan a conocer mejor su propia situación y a encontrar incentivos para resolver sus problemas comunes” (Buss 2006, 27). Una de las experiencias que contempla de Keijzer (2004, 7) sobre los problemas de participación que refieren los mismos trabajadores del campo de la salud es el predominio de una “concepción de participación” de la población vista como subordinada al programa de la institución, y que tiende a limitarse a la participación en actividades predefinidas, lo que conlleva a que los promotores de salud sean vistos como “de” la institución y no “de” o “para” las comunidades en las que viven y trabajan. Ciertamente esto pudimos comprobarlo en la investigación. Las promotoras de salud de PA, por el hecho de vivir en la misma comunidad, son vistas por los participantes como propias, acuden a ellas (personal o telefónicamente) para platicar de sus problemas y recibir un consejo; lo mismo ocurre con las del GAM que esperan a que el resto del grupo se haya ido para confiarle a la encargada los problemas que las aquejan o vuelven cualquier otro día que no sea el de la sesión. La participación comunitaria ha sido utilizada de varias formas: como vehículo para la introducción de los valores de la sociedad de consumo, como un eufemismo para obtener trabajo gratis de las comunidades, como mecanismo de control y captación de líderes afines a las instituciones gubernamentales o privadas y como la forma de legitimar atención médica de baja calidad en nombre de la propuesta de atención primaria. La propuesta de 71